Inesperada bendición

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Dra. Hilda Celi Celi1; Dr. Diego Alvear Placencia2;
Md. Jessica Alvear Celi3, Md. Santiago Vélez4

1. Dermatóloga. Hospital Clínica San Agustín, Loja-Ecuador
2. Especialista en Medicina Interna. Hospital Clínica San Agustín, Loja-Ecuador
3. Médico General. Universidad Técnica Particular de Loja, Loja-Ecuador
4. Médico General. Universidad Técnica Particular de Loja, Loja-Ecuador

La tecnología en todo ámbito desde la mitad del siglo pasado, no ha detenido su camino de celeridad increíble. Nos deslumbra con modificaciones extraordinarias de lo que hasta hace poco parecían conocimientos y equipos que en su momento ya no admitían la posibilidad de perfeccionarse. Recientemente se acuñó la frase “tecnología de punta”, y los equipos que fueron ostentosamente designados así, al momento han sido superados en forma nítida.

 

Los primeros pasos, por así decirlo, de la ecosonografía obstétrica son recuerdos de la sexta y séptima décadas del siglo pasado; con imágenes difusas, poco precisas pero que cambiaron positivamente el manejo de las pacientes y sus bebes. El impacto de esa tecnología con visos de “mágica” tanto en el personal médico como en las gestantes y sus familias, fue conmovedor. Empezó a utilizarse en forma casi imprudente y por supuesto las ganancias de los fabricantes, comercializadoras, y de quienes adquirieron los equipos crecieron espectacularmente. Hubo voces que preconizaron un empleo prudente de los nuevos equipos, pero como en otras situaciones también hubo oídos sordos, absolutamente sordos… En forma increíble, tanto el sencillo examen físico, como el sentido común; fueron reemplazados con exámenes ecográficos mensuales y aún más frecuentes.

Y, el desarrollo tecnológico no se detiene. Los primeros equipos rápidamente fueron reemplazados por otros más completos, y esos a su vez por otros; de tal manera que al momento un equipo de ecosonografía en lo que se refiere a obstetricia, es capaz de mostrar pormenorizadamente datos antropométricos, anatómicos, fisiológicos, de movimientos normales o no, del nuevo ser viviente. Datos completos de actividad y estructura placentarias, del líquido amniótico.

Es fantástico mirar en vivo y en directo los movimientos del nuevo niño/a, el funcionamiento de su corazón, su anatomía completa, y lo inverosímil: ver sus rasgos faciales y sus gestos. Es evidente que se establece una unión emocional muy fuerte de los padres con la criatura, en base a esas imágenes/videos logradas con esa tecnología” …

El conferencista, entrado en años-canas-grasa abdominal, hablaba pausadamente. Había logrado captar la atención del auditorio desde al primer momento. Su historia de vida era sin dudas, impresionante; y la sola mención de su presencia en el evento que se desarrollaba en el Salón Auditorio del Hospital Vozandes, convocó a lo más representativo de la Obstetricia y la Pediatría del país.

La conferencia con un apoyo audio-visual de lujo duró casi hora y media. Cuando terminó su participación, el conferencista logró una salva de aplausos intensa-sostenida. La voz aguda de la secretaria de la Mesa Directiva, emergió enseguida y solicitó a los presentes las preguntas que serían contestadas inmediatamente por el Profesor.

Luego de los agradecimientos “por la brillante participación” y otras frases de circunstancias se anunció que las conferencias continuarían en veinte minutos y que se invitaba a los participantes a un “coffee-break”

Armado con dos panecillos y la taza de capuchino, tomé posición cerca de una mesa redonda de diámetro pequeño con unas patas de tamaño desproporcionado; que permitían permanecer de pie. Luego, cuando terminé el café, me dirigía al salón de conferencias; me detuvieron dos compañeros de promoción, que me reclamaron por cuanto no había contestado sus salutaciones. Los abracé efusivamente, me disculpé por no haberlos saludado antes. Pero estaba muy consternado, porque en realidad no sabía que había pasado, les dije; pero, estaba distraído por un recuerdo emocionante-doloroso-feliz.

La conferencia me trajo el recuerdo de la historia de un amigo… Me la confió hacían ya muchos años. Entre sorbo y sorbo de capuchino, y bocados de “mini brioches”, retomé el hilo del recuerdo…

¿Quién pudiera dar marcha atrás?… Si todo está consumado, ¿qué puede cambiar el resultado?… Las cosas tienen que darse sin que nada modifique la estructura planificada y que viene de arriba. Dar el pecho a la situación y ¡punto!… De una aparente maldición, puede venir algo bueno. En fin, que más se puede hacer si no, avenirse a la voluntad divina…

Todo esto y las consabidas preocupaciones dependientes del hecho concreto del embarazo no planificado y el ineluctable epílogo: el parto; desfilaron por mi cabeza. Que el pago de los controles mensuales, que la decoración del cuarto del nuevo niño, que los gastos del parto, que la venida de la suegra para los cuidados de la madre y el recién nacido, etc., etc.

Pero no era eso todo. El todo…el gran todo era la situación que, como espada manejada por el cruel-insensible destino, caería sobre Mí y mi familia. El nuevo-inesperado habitante de mi entorno… era un varón…

Lo había mencionado con una sonrisa –la de las buenas nuevas-; sonrisa que adjuntaba a la entrega de los informes de Ecosonografía Obstétrica, el buen doctor que realizó el examen. El procedimiento “con tecnología de punta”, como decía el letrero descriptivo del consultorio había durado no más de veinte minutos. Como cambió la sonrisa a sorpresa cuando vio mi cara demudada y mis ojos brillosos. Intentó un consuelo, pero paró en seco y se limitó a dejar en mi mano el sobre con la información que me dolía como un golpe en el pecho. Casi le agradecí que no dijera nada y que me mostrara su espalda y la puerta cerrada de su gabinete.

Como decirle a Ella, lo que no quería escuchar… No fue necesario, lo leyó en mis ojos y aún antes, en la forma de abrir la puerta del departamento. Lo supo desde que no silbé al entrar al zaguán de la casa, desde que escondí el sobre, desde que no pregunté: ¿Que olía tan sabroso en la cocina?

Lloramos juntos. Compartimos los recuerdos de hacía tres años, cuando el dedo meñique del Juani (nuestro primogénito), sangró toda la noche y la mañana siguiente luego del accidente con el cortaúñas. La compresión de varios minutos no detuvo el hilillo de sangre. La gota de jugo de limón solo provocó un lastimero llanto que nos dolió en el corazón. No movimos el apósito tres días.

Cuando cumplió el año al iniciar una caminata corta entre los brazos de su abuelo se fue de bruces y empezó el sangrado. Se había roto la parte interior del labio superior y todo lo que hicimos no ayudó en nada. Su boquita intermitentemente se llenaba de sangre. Muy asustados fuimos a Emergencia del Hospital. Los puntos que le pusieron, solucionaron el problema, pero ya hubo preocupación evidente de los galenos que empezaron a preguntarnos pormenores de aspectos, que al parecer a nosotros nos habían parecido sin importancia. ¿Cuándo se golpea se le hacen “morados” muy grandes a pesar de que los golpes no sean muy fuertes? ¿Ha sangrado en otras ocasiones? ¿Antecedentes de sangrado en las familias?

Nos informaron que había un dato en los exámenes de sangre que era muy preocupante: el tiempo de coagulación estaba muy prolongado, lo que determinaba la necesidad de estudios que solamente se realizaban en la capital.

Luego todo fue una pesadilla de suposiciones, de expectativas, el sinnúmero de exámenes que le hicieron, de los errores de diagnóstico y de los dos viajes a la capital, para recibir la sentencia: “Si mis queridos señores, el problema del niño es: un déficit del VIII Factor de la coagulación, ya no tenemos duda: es hemofilia”.

Los cuidados extremos para evitar caídas, rozaduras, cortes, magulladuras; y todo en vano. El hospital, la Cruz Roja, los paquetes globulares, las gestiones para conseguir las pintas de sangre, para recibir a cambio el plasma fresco congelado, los crioprecipitados, los moretones y los hilos de sangre.

La mirada que trataba de esconder mi amada, era la mirada de la culpa. De saber que en ella estaba la causa de tanto dolor, tanto sufrimiento. A pesar de que le juraba que todo estaría bien, de que habría oportunidades, habría quien sabe qué posibilidades de curación, que la ciencia y su tecnología… que los descubrimientos.

Los restantes meses lunares pasaron lentos… La forma del abdomen cambió radicalmente y pude volver a vivir los momentos de infinita alegría del comienzo del embarazo anterior; cuando todo al parecer era bueno, todo estaba bien. Qué ironía y que pena, pensar que una cara y una figura tan bonitas, guardaran tan mal misterio entre sus cromosomas y sus genes. Otra vez la posición de orgullo que le daba el embarazo, cuando apoyaba la mano en la cadera y cuando con la mejor dolorida-triste-valiente sonrisa me decía: “ya no avanzo Amor, ¡ya no avanzo con esta barriga!”.

Ay… amor… ¡cómo me duele el despertar!… Ay amor sin Ti… La canción de Joan Manuel Serrat sonaba en esos meses en la radio… Los días con tan mal presagio se hicieron más largos, lentísimos. Pero la fecha se acercaba inexorablemente.

Al cerrar el mes lunar décimo primero, cuando la luna llena iluminaba la calleja lateral que podíamos ver por la ventana vestida de geranios rosa; el bienvenido –así lo llamábamos-, nos dio una húmeda demostración de que ya venía. Se inició enseguida la labor de parto. Con todo el apuro de que era capaz, puse en orden el dormitorio y salimos asustados pero abrazados-unidos hacia el hospital.

Hubo un corre-corre al parecer inusual en el departamento de obstetricia. Se inició cuando dimos los datos familiares. Los asustados ojos de los practicantes nos acompañaron toda la santa noche. Toqué la mano de mi esposa levemente cuando la camilla iba a desaparecer en la puerta de la sala de partos. Estaba húmeda, me llenó el pecho una sensación de angustia-miedo-impotencia. Quería estar con ella, acompañarla. Me parecía que estaba cometiendo un grave error al dejarla sola. La media hora que duró el parto hasta que se oyó como lejano el primer llanto, fue larga, demasiado larga. Luego se hizo un silencio increíble, cruel, mortal.

La puerta se abrió, la enfermera terminaba de sacarse la mascarilla que dejaba ver una sonrisa diferente, era una sonrisa de verdad; no era de conmiseración, realmente estaba contenta. ¡Es una niña!… ¡se equivocaron en la ecosonografía!…

¡Lloré!, ¡estaba feliz! abracé a la niñita y lloré-reí-grité. La angustia por ella, quedaría por lo pronto escondida en sus cromosomas por muchos años.

E-mail: anibalfranc@hotmail.com

ORCID iD: 0000-0002-1362-6737

Como citar el presente artículo:

Álvarez A. Inesperada bendición.

Perspectiva. Indexia. Abril 2021..

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Dr. Agusto Alvarez Toledo

PEDIATRA – NEONATÓLOGO

Fecha recepción: 26-01-2021, Fecha aceptación: 21-02-2021, Fecha publicación: 20-04-2021.

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